En el contexto del accidente del vertedero de Zaldibar en el País Vasco sucedido en el mes de febrero de 2020, se pone de manifiesto los riesgos para la salud de contaminantes químicos como dioxinas y furanos. Estos, son compuestos químicos secundarios, es decir, no se producen intencionadamente, sino que surgen de otros procesos, en este caso fundamentalmente de la quema de basuras, pero también de las emisiones de la industria química, metalurgia y del papel, así como la síntesis de plaguicidas. Según los expertos es importante reflexionar sobre si es necesario controlar más la incineración de residuos donde se producen mayoritariamente estos compuestos.
Una de las claves de esta toxicidad es que éstos son dos de los 12 contaminantes orgánico persistentes reconocidos internacionalmente, lo que significa que se acumulan en suelos y sedimentos y pueden desplazarse fácilmente por corrientes de agua o aire, ya que son difícilmente eliminables. Se incorporan en los tejidos de los seres vivos y por tanto llegan al ser humano a través de la alimentación.
Son unos de los llamados disruptores endocrinos, también conocidos como tóxicos silenciosos pero cuyos efectos son muy perjudiciales para la salud a largo plazo. A largo plazo alteran las hormonas y los efectos para la salud son de un rango muy amplio. Desde efectos en la fertilidad a alteraciones neurológicas en el feto si afecta a una embarazadas, problemas respiratorios o en la piel y alteraciones del sistema inmune.

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