En los últimos años se ha descubierto que en la atmósfera hay millones y millones de bacterias, virus, hongos y arqueas. Toda una comunidad microbiana, un microbioma de la troposfera, que es desconocida en más de un 99 %. Algunos lo describen como un genoma global que envuelve a la Tierra.
Los desiertos emiten cada año 5.000 millones de toneladas de polvo, diminutos granos —de entre media y varias milésimas de milímetro— que forman auténticas autopistas aéreas de partículas en torno al planeta. A los granos se adhieren los microorganismos, un ‘aeroplancton’ enormemente abundante y diverso. En un gramo de polvo aerotransportado hay unas 10.000 bacterias. El polvo y sus inquilinos viajan miles de kilómetros y después caen, en seco o con la lluvia o nieve. Del Sahel a los Pirineos pueden tardar tres días; en cruzar el Atlántico, una semana. Los más pesados caen antes; los virus, en los granos más pequeños, llegan más lejos
Parte de su impacto se debe a la química de las partículas. Por ejemplo, la selva amazónica no lo sería sin el aporte constante de polvo sahariano, con fósforo y otros minerales que fertilizan un suelo pobre, constantemente lavado con las lluvias tropicales. Pero en el polvo también hay contaminantes como retardantes de llama o disruptores endocrinos. Otra posibilidad es que el tráfico aéreo de genes perjudiciales crearía superbacterias inmunes a los tratamientos antibióticos
Lo cierto es que investigar el microbioma de la troposfera se ha convertido en un área en auge, alimentada por los datos de satélite y por la genómica. También, por su relación con el patrón global de precipitaciones. Porque todo apunta a que el cambio climático está alterando un proceso ecológicamente clave para la Tierra, antes incluso de que se entienda su funcionamiento.